
Después de tantos años conviviendo conmigo misma, en mi pellejo, creyendo que tenia clarísimo quien soy, me di cuenta que realmente todo aquello con lo que me identifico no me hace serlo.
Tantas veces pensamos que el soy agradable, soy de mal genio, soy bilingûe, soy colombiana, soy hija única, soy católica, soy de derechas, soy blanca, soy entusiasta, soy divertida, soy inteligente, soy mujer, etc…. define quienes somos, pero después de 46 años de existencia descubrí que ninguna de estas características me hace ser quien soy.
En el instante en que llegamos al mundo, nos empezaron a etiquetar con una serie de distinciones como niño o niña, llorón o calmado, tranquilo o inquieto, bonito o feo, gordo o desnutrido, en fin, tantas cualidades que nos fueron escribiendo en la piel hasta el punto de llegar a creerlas. Hasta el punto de deformar aquello que hubiéramos podido catalogar probablemente como algo distinto dentro de nuestros cerebros vacíos y ávidos de hacer el bien y sentirnos amados.
Antes de haber sido creados y de haber nacido en un sitio desconocido, con características específicas que contribuirían más adelante a formar nuestro carácter y nuestro desarrollo, éramos eso que muchos conocen como esencia. Ese espacio que está adentro y que no puede ser modificado por más de que pongamos cien corazas a nuestro alrededor. Esas corazas que se forman cuando tuvimos que aprender a protegernos, ya sea atacando o huyendo, esas que nos sirvieron inicialmente para sobrevivir pero que tanto daño nos han hecho como personas después de tantos años en los que nos hemos estado relacionando desde la defensa o el ataque, sin considerar que probablemente es desde el respeto por los demás y nosotros mismos donde se construyen las relaciones verdaderas basadas en el amor y el bienestar común y por ende el propio.
Nuestros aprendizajes se forman desde que somos muy pequeños, nuestra ideología depende la mayoría de las veces de lo que nos están repitiendo constantemente. Que es ser bueno o malo, que es correcto o incorrecto, que es blanco o que es negro, que es ser mujer o ser hombre, cuando en realidad lo que deberían enseñarnos es como cuidar de nosotros y de los demás por encima de todo.
La esencia, esa que no se corrompe jamás, nos permite no llenarnos de juicios absurdos ante una situación o una persona tan solo con verla, o al escuchar las diferentes opiniones o impresiones que otros que se dicen más conocedores con respecto a algo determinado, tienen.
Pero quienes seríamos realmente si nadie tuviera esa facultad para etiquetar a otros o a las distintas situaciones que se puedan presentar? Alguna vez nos hemos planteado siquiera que opiniones propias tendríamos si jamás nos hubieran llenado la cabeza con las enseñanzas basadas en las opiniones y los juicios de otros constantemente?
Si viviéramos en un mundo en donde no estuviéramos continuamente catalogando a las personas por como se ven, o lo que tienen, si no por lo buenas o verdaderamente felices que son, no sería este un mundo diferente? Yo creo que sí.
Es hora de emprender un camino hacia desaprender, desaprender todo aquello que nos ha traído esos pesos que cargamos sin poder soportar, esos juicios que hacemos de los demás que hablan más de nosotros mismos, esos hechos que son realidad porque todo el mundo lo dice.
Es hora de escarbar dentro de nosotros y saber que nos hace felices realmente, no contentos, felices. Abrazar a ese pequeño que gritaba con ganas de comerse el mundo cuando nadie estaba para decirle que no se podía. Esa niña que creía que todo lo que soñaba podía ser realidad, sin enfrentarse con tantos que le dijeran que no era viable, rompiendo lo que pudo ser creado con el martillo de las frustraciones ajenas.
Volvamos a soñar, a creer, con ese candor que nace de lo bueno, de lo que nos genera bienestar verdadero. Encontremos cual es nuestro verdadero don, con el que vinimos a contribuir al mundo, y no cuales son esas fortalezas que desarrollamos solo para sacar el mejor provecho para nosotros mismos y de nadie más.
Es hora de hacer el bien sin mirar a quien, de compartir, de respetar y entender que ese que está delante no es más que otro como tú, repitiendo con fervor todo aquello que le enseñaron aquellos que lo rodearon por azar y no porque escogió.
No seamos más ese que se llena la boca con bla bla blas para parecer erudito, repitiendo lo que otros «eruditos» como él ya dijeron con anterioridad; no más calcos de todo aquello que le fue sirviendo a lo largo de su vida para formar la persona que cree que es hoy, pero que en realidad solo esconde su verdadero yo.
Será que tener prestigio o fama o poder es más importante que ser verdaderamente amado, para ser feliz? Conozco miles de personas que lo darían todo por saber que quienes los rodean están ahí por la paz, la bondad y la tranquilidad que irradian y no que los buscan por lo que tienen o representan.
Seamos conscientes y pelemos capas, atendamos nuestras heridas, porque ellas nos gritan que es lo que debemos transformar para encontrar el bienestar con el que fuimos creados antes de llegar a este mundo, ese don que repartieron sin excepción y que tanto escondemos por haberlo tapado con tantas falsas creencias. Dejemos huellas y no cicatrices.